Un poco más allá de esa cruz, en una pequeña biblioteca, entre carpetas amarillas y recuerdos difusos, se esconde un secreto. Un puñado de hojas escrupulosamente mecanografiadas que en su momento, hace ya más de un cuarto de siglo, fueron entregadas como un regalo de despedida o, mejor dicho, como un documento inalterable que registraba, con una prosa algo rebuscada, la historia de una amistad y, subrepticiamente, de un prolongado y aún hoy incomprensible silencio.